Grandes villanos. Mejores héroes.

No es sorpresa alguna si digo que, en un gran porcentaje de casos, el villano es lo mejor en las historias de fantasía. Un ser tan vil que pone en riesgo toda una ciudad, un país o incluso un mundo entero. Algunos incluso amenazan líneas temporales completas o universos.
Es una amenaza a la estabilidad y la paz que suele generar el debate de si el villano siempre fue así o el poder le corrompió, pero eso es una discusión a tener en otro momento. Aquí venimos a hablar de por qué en las obras de ficción (nos centramos en fantasía) el villano pone en jaque a nuestros héroes, pero siempre termina perdiendo.
¿Héroes magníficos o Torpes con suerte?

En las historias de fantasía, los villanos suelen ser inteligentes, calculadores, con planes tan retorcidos que necesitarías un máster en ingeniería infernal para entenderlos. Saben lo que quieren, saben cómo conseguirlo y tienen siglos (o milenios en algunos casos) de ventaja sobre el pobre héroe de turno, que, para colmo, no sabe ni atarse las botas sin ayuda del mentor. Y aun así, pierden. Siempre.
Piénsalo.
El Señor Oscuro que lleva mil años moviendo piezas en un ajedrez cósmico acaba derrotado por un chaval de granja con una espada prestada y un par de amigos, como en El Señor de los Anillos. Sauron, el Amo de Mordor, el lugarteniente de Morgoth y continuador de su obra durante dos Edades, pierde porque un hobbit diminuto y un jardinero tienen más determinación que todo su ejército de orcos.
Ni siquiera se da cuenta de que el Anillo está a punto de ser destruido. De hecho, tiene un solo trabajo: vigilar su propio anillo. No lo hace.
Pierde.
O en Harry Potter. Voldemort, el mago tenebroso más temido de todos los tiempos, invencible, con horrocruxes escondidos, una red de seguidores fanáticos que horrorizó hasta en dos ocasiones a todo un mundo mágico y parte del no mágico pierde contra unos niños de colegio que usan los tres mismos hechizos durante siete libros. Niños que encuentran en el último momento, casualmente, el elemento que les hacía falta para tumbar el plan que llevaba cociéndose un año en el peor de los casos.
También pierde.
Y esto no pasa solo en fantasía. En la película Ciudadano Ejemplar, por ejemplo, Clyde Shelton dedica años a planear su venganza perfecta. Cada movimiento está medido, cada trampa es impecable. Estudia, planifica, elabora y ejecuta. Te hacen simpatizar y empatizar tanto con él mismo como con su situación. Un villano confundido con falso héroe público que durante hora y media es el mejor jugador del tablero hasta que, de repente, el guion necesita que el héroe de verdad, el abogado impecable representante de la justicia, gane, y aparece la fisura en su plan. Una fisura que no tenía sentido antes, pero que sirve para que el mensaje quede claro: «el mal no puede ganar».
Esto plantea una pregunta: ¿Los héroes ganan porque son mejores que los villanos o ganan porque tienen que ganar?
«El Señor Oscuro que lleva mil años moviendo piezas en un ajedrez cósmico acaba derrotado por un chaval de granja con una espada prestada y un par de amigos»
«Si me matas…»

Y es que hay un cliché, una frase de esas que me saca de mis casillas cada vez que la leo o la escucho. Esa que dice el villano cuando parece que está derrotado, pero aún queda libro o saga para una segunda vuelta en la que el héroe se resarcirá de su decisión de dejarlo vivir.
«Si me matas, no eres mejor que yo»
¿Perdona? No he sido yo el que ha diezmado las regiones del norte. Desde luego no he sido yo el que ha usado hombre, mujeres y niños para extraer el codiciado material que necesitabas para crear tu ejército con el que has amenazado atacar a todos los reinos. Y por supuesto no he sido yo el que ha cercenado personalmente las docenas de cabezas de presos en tus territorios. Por supuesto que seré mejor que tú. Estaré librando al mundo de tu vil presencia, que, a fin de cuentas, era el motivo de todo este año de tragedias en primer lugar.
No.
El héroe gana siempre sin rebajarse al nivel del enemigo. No lucha la violencia con violencia, porque eso es de degenerados. Los héroes, los grandes héroes de verdad, los que enarbolan el símbolo de la justicia, ganan siempre por el «poder de la amistad». El viaje es lo que les hace fuertes y moralmente superiores al villano.
Un villano que, tras ejecutar sin piedad a los padres de los héroes ante sus ojos y hundir imperios enteros, pierde porque su lugarteniente (alguien casi peor que él a todas luces) resulta ser un traidor durante las mil seiscientas páginas de la trilogía, pero nadie lo sabía. O pierde porque resulta que es alérgico a un virus del que no era inmune porque se pasó mil años enterrado bajo tierra (Guerra de los Mundos, te miro a ti).
«El héroe gana siempre sin rebajarse al nivel del enemigo. No lucha la violencia con violencia, porque eso es de degenerados.»
Entonces, ¿por qué?
Porque eso es la ficción. Está diseñada para dejar claro que la oscuridad, por muy fuerte que parezca, al final siempre pierde. No porque tenga sentido. No porque el héroe sea más listo, más fuerte o más preparado que el villano. Si no porque así está escrito. Porque el mal no puede ganar en las historias que queremos contar.
Y está bien que sea así. Pero también está bien recordar que aquí fuera, en la realidad, nadie escribe el final por nosotros. Aquí los villanos no tienen por qué fallar en el último minuto. Aquí el mal gana más a menudo de lo que quisiéramos.
Por eso la ficción no es un espejo. El mal no gana porque está prohibido en la ficción.

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