No sé cuántas veces me he preguntado esto en todas y cada una de sus vertientes. ¿Por qué escribir? ¿Para qué? ¿Quién te crees que eres? ¿Quién lo va a leer? ¿Por qué no haces algo más útil? ¿Por qué te complicas la vida?
Y lo peor es que las preguntas no vienen de fuera. Vienen de dentro. De esa vocecita cabrona. Se despierta justo cuando estás a punto de escribir una escena. O cuando abres el documento y ves el título en negrita mirándote como si te debiera dinero.
Por desgracia, esa voz es quien mejor te conoce y quien más daño puede hacerte. Quien dice las palabras adecuadas para dar el golpe crítico y certero que puede dinamitar tu motivación y tu alegría. Esa voz es tu peor enemigo.
Eres tú mismo.
Este post no pretende darte fórmulas mágicas. Es más una charla, tú y yo, con café en mano, sobre por qué demonios seguimos escribiendo. O por qué empezamos. O por qué no hemos mandado todo a la mierda todavía.
¿Por qué escribir?

La gran pregunta. La principal, más importante y que a mí más me cuesta responder.
En un primer impulso me sale responder algo así como «porque me sale de los…». Sin embargo, esa no es la realidad. No cubre todas las motivaciones que me hacen darle a las teclas, a la espera de que una historia con sentido se plasme en la pantalla.
La respuesta larga baila en las líneas de porque no sé no hacerlo. Un día leí algo que me hizo temblar por dentro. Pensé «yo quiero hacer esto». También está el que dice «yo puedo hacerlo mejor», pero esos pertenecen a una liga propia. Llevo años imaginando mundos y personajes. Creo diálogos que se me ocurren en la ducha y se esfuman antes de que puedas anotarlos. Porque si no lo saco, se queda dentro y duele. Porque escribir, aunque cueste, alivia.
Pero, sobre todo, es porque me encantaría poder hacer sentir a alguien la misma felicidad que siento yo cuando termino de leer una obra de esas que me dejan la cabeza loca durante semanas y no puedo dejar de hablar de ella ni dejar de recomendarla.
Todo esto intenta resumir el porqué adentrarse en la ardua empresa de contar una historia. Sin embargo, no explica los motivos para dar esos primeros pasos.
¿Por qué empezar?
¿Qué es lo que te motiva a sentarte frente al ordenador? ¿Qué te lleva a tomar el cuaderno con boli en mano? ¿Qué te impulsa a comenzar a estampar grafemas?
La respuesta puede ser porque hay una historia que te ronda. Un personaje que no se calla. Una imagen que te persigue. Una frase que te gustaría leer, pero nadie ha escrito todavía. O un compendio de todo lo anterior y más.
En mi caso, aunque desde que aprendí mecanografía allá por el noventa y poco, siempre anduve contando historias — al menos, las comenzaba —, no fue hasta hace cinco años que decidí terminar mi primera novela. Y todo fue por una canción. Pero eso será en otro post.
Porque, independientemente de la chispa que te lleva a iniciar tan tremenda gesta, hay una verdad impepinable; Empezar es jodido.
Puede ser que te encuentres ante el temor de la página en blanco. O, que después de un inicio potente, tu fuelle se agota tras el primer párrafo — o la primera página si tienes suerte. Pero si no empiezas, no hay historia. No hay nada. Y sí, empezar da miedo, porque significa comprometerse, exponerse, asumir que vas a fracasar muchas veces antes de sacar algo medio decente.
Pero te digo una cosa: todos empezamos desde la misma mierda. Desde la duda. Desde el «esto es una tontería». Desde el «nadie va a leer esto».
¿Y qué? Es tuyo. Y eso ya lo hace importante y no debes olvidar para continuar una vez hayas empezado.
¿Por qué seguir?

Vale. Supongamos que has tenido éxito en tu arranque. Estás en racha y has escrito 20 páginas. O 4 capítulos. Pero, de repente, metes a tus personajes en una situación de la que ni tú mismo sabes cómo van a salir. Porque ya has empezado. O peor aún: has perdido la energía inicial.
Y aún estás en la primera versión del manuscrito.
¿Ahora qué? ¿De qué vale la pena seguir? No hay respuesta fácil, pero te diría que es porque los personajes se han vuelto reales. Porque te han hecho reír, llorar, o gritarle a la pantalla. Porque, aunque el primer borrador sea un desastre, hay algo ahí. Algo que merece la pena.
En mi caso: ya he empezado, por mis santos bemoles que lo termino. No es cuestión de orgullo — al menos no del malo que afecta a nuestro niño interno herido. Es más el poder decir que he sido capaz de terminar algo que me he propuesto empezar y que por Superman que termino de contar.
Seguir es más difícil que empezar. Porque ya no es una promesa: es una relación. Y como toda relación, tiene sus momentos de «¿qué coño estoy haciendo aquí?» y también los de «joder, esto funciona».
Seguir significa escribir aunque no tengas ganas. Aunque creas que no vale nada. Aunque hayas tenido un día de mierda. Aunque hayas perdido el hilo. Aunque estés a punto de borrar todo.
Seguir es resistencia.
Y también es amor.
¿Por qué no abandonar?
Aunque parezca similar a la cuestión de seguir, tiene connotaciones muy diferentes. Al menos para mí. Seguir lo relaciono al proceso de escritura, a la planificación y finalización de manuscrito. Las ganas de abandonar vienen cuando tienes que revisar por tercera vez tus más de 100.000 palabras. Te lo replanteas todo cuando te das cuenta de que hay una discrepancia en el color de ojos de uno de los personajes en la vigésima lectura. Cuando inicias el proceso de buscar editorial y lo que recibes como respuesta es el eco de tu ruego en el vacío.
En esos momentos en los que ya tienes que pulir y detallar tu obra es cuando las fuerzas comienzan a flaquear y te replanteas todo.
Entonces, ¿por qué no meterlo en el cajón y tirarte en el sofá?
Porque en el fondo sabes que si abandonas, vas a quedarte con la espinita.
Con el «¿y si lo hubiera terminado?». Porque no se trata de publicar, ni de fama, ni de contratos editoriales (aunque oye, si llegan, pues bienvenidos sean). Se trata de ti, con tus palabras. Se trata de terminar algo. De construir algo que antes no existía. De contar una historia.
Y sí, hay días en los que todo pesa. En los que escribir duele y revisar tu propio texto es una tarea digna de Heracles. Pero si has llegado hasta aquí, ya has ganado algo. Ya has vencido a la duda al menos una vez. Y eso vale más que mil likes.
No abandones.
Descansa, grita, juega al Baldur’s Gate, tira unos dados, coge aire.
Pero no abandones.
Epílogo
Escribir no siempre es épico. Y tengo la sensación de que una gran parte de la población tiene muy romantizado todo lo que rodea la escritura. La mayoría de veces es lento, sucio, repetitivo, frustrante. Pero también es magia. Es invocar mundos con palabras. Es convertir el caos en orden. Es crear vida de la nada.
Y si tú estás en esto, es porque algo dentro de ti lo necesita.
Así que gracias por seguir aquí. Gracias por resistir. Gracias por contar historias.
Nos vemos en el próximo capítulo.

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